sábado, 16 de junio de 2007

Mama, no quiero ser una superwoman. por Guaya González

En el momento que nacemos se nos otorga un patrón de conducta y acción, que vendrá dado por nuestro sexo y condición social. Una educación disciplinada, unas fuertes tradiciones y una sociedad aficionada de una manera enfermiza a catalogar todo lo que tiene la osadía de existir, nos hace asumir poco margen de fantasía y descubrimiento en el transcurso de nuestras vidas. En el momento que generamos nuestro primer sollozo en la sala de partos, milagrosamente y sin posibilidad para encararse, nuestra condición de ser humano independiente, se nos es privado, desarraigándonos de nuestro pensamiento libre.
Sin darnos cuenta, entramos en el juego y desempeñamos nuestro papel de jugador al pie de la letra. Transmitimos las reglas a nuestros hijos y ellos a los suyos, sometiéndolos y sometiéndonos a un adiestramiento, consiguiendo que generación tras generación, las bases del juego se consoliden, tanto que olvidamos que todo es una mentira, que no es real, entrando en una borrachera que nos nubla y creando tantas realidades como jugadores existen.
La educación practicada a las mujeres es quizás la realidad más abrumadora de todas las realidades. No conoce de religión ni de estatus social, es otorgada metódicamente y lo que es más atroz, tiene la capacidad de evolucionar sin perder su raíz, siendo esta una aptitud que no tiene ninguna otra clase de realidad. Para entender esta clase de reducción a la que es sometida la mujer, de una manera global, habrá que apuntar a la base de esta, la cual es la desapacible costumbre del ser humano de crear diferencias, al igual que de catalogar y sin olvidar de que la competición es algo que tenemos gravado en nuestro ADN, o lo que es lo mismo, la supervivencia nos puede.
La mujer de hoy cree haber conseguido la libertad absoluta como ciudadano en nuestra sociedad occidental y todos sabemos el tremendo desbande cultural que sufrimos cada vez que es anunciada la muerte de una mujer a manos de su marido o lo preocupados que estamos con el abuso que sufren los derechos humanos en otros países, pero nadie recaba en lo que yo llamo la nueva expresión de esclavitud del siglo XXI, el concepto de educación formal, no formal y la más importante e influyente, la educación informal, que es aquella que generación tras generación traspasamos y absorbemos, produciendo un gran daño en la construcción de nuestros propios conceptos como personas libres.
En España, después de la transición, se nos concedió a las mujeres derechos que durante años se nos fueron privados, pero estas nuevas leyes no pudieron desfalcar a la fuerte tradición educativa informal y además dieron lugar a otras series de cuestiones que nos hacen hoy en día, igualmente esclavas e inferiores. Hoy en día al igual que hace 40 años, se nos dice como debemos ser mujeres, se nos hace cuestionar nuestro físico, nuestra inteligencia comienza a ser válida desde en una cuantía superior, la capacidad para engendrar se nos cuestiona demasiado incompatible con nuestro trabajo a la vez que se nos obliga a conciliarla, siendo una dedicación plena a alguna de las dos, no propio de una mujer del siglo XXI. Bellas, madres, empresarias, amantes… un sin fin de adjetivos y a la vez requisitos de un contrato al que nos vimos obligadas de firmar en el momento de nuestro nacimiento.
Superwoman, es el patrón de conducta que debemos ejercer, para ser respetadas, amadas y consideradas. Resignadas a una sociedad, que nos castiga y manipula, a la cual respondemos con una sonrisa imperturbable como la de una muñeca.


“Si las mujeres abandonaran a sus maridos y a sus hijos y la sociedad lo tolerara, tanto legal como socialmente, como en el caso de los hombres: si las mujeres consiguieran esto, desarrollarían una creatividad igual de rica”
Valie Export

domingo, 10 de junio de 2007


Cuando se nos da la posibilidad de crear desde cero, nuestra inmaginación nos transporta a una borrachera de sentimientos , que más tarde el subsconciente, muy bien adiestrado, se encarga en estructurar y organizar, constituyendonos en el marco correcto de un sentimiento común y global.

Aparece entonces la nueva representación de esclavitud